Cuando era joven, normalmente los discos que lanzaban los artistas (cantantes y grupos) contaban con una docena de temas, y por lo general contenían una, dos o hasta tres canciones buenas a lo sumo, acompañadas de otras canciones que sólo cumplían la función de completar el disco y así justificar el precio a pagar. Debido a esto, cabía la posibilidad de comprar las canciones buenas por separado, en lo que era conocido como un Single, que en su cara A contenía un temazo del disco, mientras que en la cara B se encontraba una de las canciones de relleno y esa era la alternativa que brindaban los sellos discográficos para propiciar ventas de la gente que sólo quería alguna canción del disco. Guardo unos recuerdos muy gratos de cuando era pequeño y acompañaba a mi padre a comprarse algún disco, si, hubo un tiempo donde existían tiendas dedicadas exclusivamente a la venta de discos. La tienda era enorme, con las paredes decoradas con carteles de artistas. Mi padre buscaba y buscaba entre los discos y si no sabía el nombre de la canción, simplemente tenía que acudir al encargado de la tienda, le tarareaba mi padre unos segundos de la canción y el encargado identificaba rápidamente la canción y se ponía a buscar el disco (el vendedor era el
Shazam de la época).
Las discográficas han vivido muy bien durante mucho tiempo, estirando el chicle y tensando la cuerda al máximo, con triquiñuelas, como evitar poner en venta la famosa canción “Stairway to heaven” en Single para que la gente tuviera que comprar el disco entero. Publicando más y más discos de remasterizaciones, recopilatorios, remixes, directos… que discos de estudios, el máximo exponente de discografía sobredimensionada es la grandísima banda “The Cure”. Llegó un momento que las discográficas para vender nuevos recopilatorios del mismo grupo, se les ocurrió incluir uno o dos temas inéditos del artista, con el handicap que esos temas difícilmente podían estar a la altura de los éxitos del recopilatorio.
Después de los discos de vinilo y los cassettes, se llegó a la era digital, los discos se vendían en CDs y a partir de allí la canción se podía almacenar en un archivo comprimido (normalmente en formato MP3), apareció Internet, se crearon los programas P2P (peer to peer, como Napster, eMule, eDonkey, bitTorrent…) para intercambiar archivos en general (y archivos musicales en especial). La gente, en masa, dejó de comprar discos para coleccionar archivos MP3 y escucharlos en los reproductores MP3 de la época. Comprar un CD casi se había convertido en algo que la gente consideraba estúpido y se reservaba casi exclusivamente para ocasiones en las que hay que regalar algo a alguien y no se sabía el que regalar (como las colonias). Por aquel entonces no todo el mundo tenía Internet, ni tenía paciencia para buscar y descargar las canciones una a una y entonces fue cuando apareció el “Top manta”, gente en la calle vendiendo copias de CDs con una fotocopia de la carátula a todo color. Entre el fenómeno “Top manta” y el intercambio de archivos, las discográficas tuvieron que mover ficha y lo que hicieron fue añadir al CD de música un DVD con imágenes del grupos, conciertos… ¡y por el mismo precio al que vendían el CD!, esto de incluir un DVD junto al CD no lo hicieron las discográficas hasta que que no se vieron con el agua al cuello y tuvieron que salir de su zona de confort.
Entonces llegó Apple con su reproductor de canciones imbatible, el iPod, un artilugio que cabía en el bolsillo del pantalón, y permitía almacenar miles de canciones ripeadas de nuestros CDs o bien adquiridas en su tienda de música, iTunes. Una tienda donde podías comprar digitalmente los discos enteros o las canciones individualmente (por un dólar). Las discográficas fueron reacias a que otros comercializaran las canciones que hasta ese momento ellos vendían de manera exclusiva pero no tenían otra manera de monetizar unas canciones que la gente se descargaba gratuitamente de internet, les costó mucho asimilar el cambio de paradigma, la manera de distribuir y consumir música había cambiado con el paso de los años. Incluso las discográficas intentaron infructuosamente inundar las redes P2P con copias maltrechas de las canciones, copias de canciones a las que habían añadido deliberadamente ruido con la ingenua intención de disuadir a la gente de continuar descargando canciones pero los usuarios sólo tenían que marcar esas canciones con ruido como fake para que nadie más se las descargara.
Finalmente apareció Spotify, ahora ya no hace falta comprar las canciones que quieres escuchar, por una suscripción mensual puedes escuchar cualquier música que se haya registrado, incluso, literalmente, puedo escuchar las canciones que mi vecino de escalera haya subido a la plataforma. Puede ser que algún grupo pueda decidir no prestar su música a Spotify pero con el tiempo los que no estaban accedieron y raramente encuentro a faltar alguna canción, disco o artista. Leí que cada día se suben más de 24 horas de musica nueva con lo que es imposible escuchar toda la música que se crea.
Si quieres ver como se creó Spotify, hay un documental en formato miniserie que se llama “La playlist” consta de 6 episodios donde se ve la historia de Spotify desde cada una de las perspectivas posibles: el creador, el socio, el programador, la industria discográfica, el artista y los abogados defensores de la propiedad intelectual. Una docuserie muy recomendable con muy buenos diálogos y montaje, donde cada episodio se entrelaza con el final del anterior.