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26/01/2024

Por amor


Si mi mujer me preguntara algún día “¿Qué estarías dispuesto a hacer por mí por amor?” tengo bien clara mi respuesta, no lo dudaría ni un momento “¡Lo que estaría dispuesto a hacer ya lo he hecho! Dejar entrar por ti a la tuna durante el banquete de nuestra boda”. Después de eso, cualquier otra cosa que hiciera por ella sería cosa menor.


Allí estaba en el banquete de mi boda cuando Ginés, el jefe de camareros, se acercó a preguntar si accedíamos a dar paso a la tuna. Yo opino como mi padre “la tuna entra a molestar” pero ¡qué no haría por mi mujer! así que di mi consentimiento y en pocos segundos la tuna entro en tropel a dar el parche. Los integrantes no eran jovenes como cabía esperar, jovenes estudiantes con la loable intención de cantar unas canciones para costearse sus estudios. Los integrantes eran hombres ya de mediana edad, quizás fueran los padres de los estudiantes, quizás fueran re-re-repetidores, quizás fueran profesores que querían costearse el tratamiento que les permitía soportar al alumnado… ¡qué se yo!. Y hay estaban, generando vergüenza ajena y jolgorio a partes iguales entre los invitados. Cantando la ineludible triada de clásicos rancios: “Clavelitos”, “Cielito lindo” y “A mi me gusta el Pimpirimpim”, pasando la pandereta cubrir los estudios de sus supuestos hijos universitarios (al menos es lo que prefiero pensar yo). Entre canción y canción, para más inri, proferían chascarrillos del tipo “¡Pido un aplauso para el novio por venir a su propia boda!” (la madre que lo parió, encima que accedo a que entren).


Voy a disertar, ¿qué puede empujar a alguien a formar parte de una tuna?, sólo veo dos opciones:


1) Ganar dinero,

el hábitat natural de la tuna son las celebraciones multitudinarias, donde abundan comensales que  flirtean con el coma etílico, gente que en un acto de euforia es proclive a dar su dinero a la tuna, cosa que en circunstancias normales (sobrios) no harían.


2) Ligar, 

hace unos años pasé unas navidades en Montpellier y me encontré en una plaza a una tuna, estaban rodeados de jovencitas mirándoles con cara de admiración como si fueran héroes de Marvel a pesar de lo ridícula que es la indumentaria del tuno, compuesta de calzas, jubón y capa. Capa que, por otro lado, con el paso del tiempo se va nutriendo de escudos de los diferentes sitios donde la tuna ha estado arrimando la cebolleta. Y es que, con el paso del tiempo, la capa del tuno puede acabar como la puerta de una nevera, plagada de imanes de recuerdo de viajes.



Según la teoría de la relatividad de Einstein, si un gemelo viaja en el espacio a una velocidad cercana a la luz durante el tiempo necesario, cuando regresa a la tierra es más joven que el gemelo que ha permanecido en la tierra. Algo parecido sucede con la tuna, si un gemelo permanece dentro del banquete con la tuna dando el parche y otro gemelo permanece fuera, al reencontrarse, el gemelo que ha permanecido fuera es visiblemente más joven. El tiempo que permanece la tuna dando el parche se dilata hasta extremos insufribles, en especial si los tienes cantando detrás de ti (como en la foto de portada del post). Yo antes de que empiecen a cantar ya tengo ganas de que acaben, antes de que entren ya estoy deseando que se vayan. Por todo esto, no creo que haya mayor prueba de amor a mi mujer que haber accedido a dejar entrar a la tuna en el banquete de nuestra boda.








 

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